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en prosa..


Semblanza de Manuel Enríquez.


La música mexicana del siglo XX ha visto la aparición de grandes compositores que han ejercido una decisiva influencia, no sólo en el derrotero de la creación propiamente dicha, sino también en otros campos de la actividad musical. La primera mitad de dicho siglo tuvo en Carlos Chávez al motor fundamental de su desarrollo, quien contribuyó de manera contundente al perfil de la música de México entre 1921 y 1960.

En la segunda mitad del siglo, surgió otra poderosa personalidad que marcó a fuego a la música mexicana, tanto como creador, cuanto como funcionario, maestro, difusor y miembro activo de las más prestigiadas instituciones culturales del país. Ese hombre fue Manuel Enríquez, cuya vigorosa presencia y fecunda actividad musical durante más de tres décadas lo convirtió en el otro pilar esencial, del arte sonoro mexicano.


Nació en Ocotlán, Jalisco, el 17 de junio de 1926. Su vocación musical provenía de sus ancestros, de su padre, de su abuelo, integrantes de una familia donde la práctica musical estaba vinculada a la vida cotidiana. Su aprendizaje del violín se dio, pues, primero con su padre y, luego, ya en Guadalajara, en la academia de Áurea Corona, con Ignacio Camarena, el ilustre violinista jalisciense que fue concertino de la Orquesta Sinfónica de Guadalajara fundada por José Rolón en 1917. Luego se sometió a la rutina de ir cada semana a la ciudad de Morelia donde recibió las enseñanzas de Miguel Bernal Jiménez. Años más tarde, evocaría al gran músico moreliano diciendo que fue por Bernal Jiménez que logró "el acercamiento hacia el conocimiento profundo, fácil, verdadero y duradero de la técnica y práctica de los compositores: él puso en mis manos y de una manera simple –decía– el medio para aprender el oficio de componer".
De entonces datan sus primeros trabajos: la Suite para violín y piano, que estrenó en Guadalajara con Hermilio Hernández, otro compositor y organista jalisciense, y sus Dos canciones para voz y piano, con los cuales inauguró su extenso catálogo.


En 1955 fue becado a la Juilliard School of Music de Nueva York. Al paso de los años, solía recordar a los excepcionales maestros que allí conoció: A Ivan Galamian; a Louis Persinger, con quien estudio música de cámara; a William Primrose, y a Peter Mennin, su maestro de composición, que lo ayudó a llevar su pensamiento musical hacia las formas estructurales y al cultivo de un lenguaje expresionista que luego apreciamos en sus obras de madurez. Pero igual importancia tuvo su acercamiento a Stefen Wolpe, uno de los discípulos de Anton Webern, con quien no sólo hablaba de música, sino también de política y de humanidades. En sus años de formación (1934-1950), Enríquez no pisó la ciudad de México donde ya se habían consolidado nombres como los de Chávez, Revueltas, Galindo, Moncayo y Huízar, y donde aun los "músicos de la provincia", como Rolón y Bernal Jiménez, habían logrado un reconocimiento que los ubicaba entre los compositores de prestigio en México. En cierto modo, él era también un músico de provincia. Cuando viajó a Nueva York, todavía sin ser conocido como compositor en la capital mexicana, ya había pagado su cuota de nacionalismo (con la Suite para violín y piano y la Sinfonía I) y estaba presto a experimentar con nuevas propuestas. Su educación inicial en Guadalajara y Morelia fue continuada, al más alto nivel, en la ciudad de los rascacielos.


Cuando en 1971 recibió la beca Guggenheim, ya era un compositor reconocido en el medio musical mexicano. Empero, Enríquez se trasladó al Centro de Música Electrónica de la Universidad de Columbia, Princeton, de Nueva York para experimentar con los medios electrónicos y estudiar los nuevos recursos que brinda la tecnología contemporánea. No se inclinó por este lenguaje, pero concibió algunas obras electrónicas. Consideraba que la electrónica era tan sólo una herramienta más para el compositor contemporáneo, un nuevo instrumento. Y en su afán de estar al día acerca de las tendencias actuales de la composición, asistió a los famosos Cursos Internacionales de Darmstadt donde estrechó vínculos con los grandes compositores de la vanguardia europea: Berio, Xenakis, Stockhausen, Penderecki, Ligeti.


Como violinista tuvo una carrera distinguida desde muy joven, cuando fue nombrado concertino de la Orquesta Sinfónica de Guadalajara, (1951-55), y dejó el atril para irse a los Estados Unidos en 1955. A su regreso en 1958, fue invitado por Luis Herrera de la Fuente para ocupar la plaza de capo de segundos violines de la Orquesta Sinfónica Nacional. En 1962 dio un paso fundamental en su carrera al fundar el Cuarteto México junto a Luz Vernova, Gilberto García y Sally van den Berg. Con este grupo realizó una gira internacional durante 1973 y 1975 que abarcó países tan diversos como Francia, Polonia, la ex-URSS, los Estados Unidos de América o Venezuela y Ecuador. También dio numerosos recitales como solista especializado en la música del siglo XX, y fue invitado a diversos festivales culturales y de música contemporánea.

Estrenó la mayor parte del repertorio violinístico compuesto en México después de 1960 y obras de compositores contemporáneos de muchas partes del mundo. Por lo mismo, fue dedicatario de numerosas partituras, algunas de las cuales llevó al disco. Entre 1975 y 1977, residió en París comisionado por el gobierno mexicano para difundir en Europa la música nacional. Dio recitales en Viena, París, Bonn, Varsovia, Praga, Bourges, etc. Esta intensa actividad se vio complementada con conferencias sobre la nueva música de México y ayudó a que algunos nombres que apenas aparecían en el panorama musical del país se proyectaran al extranjero. En cierto sentido, Enríquez fue un pionero en el campo de las nuevas técnicas de ejecución y en la especialización en el repertorio contemporáneo. El camino que él inició en la década de los sesenta fue continuado veinte años más tarde por un contingente de instrumentistas inusitado en el ámbito nacional.


Pero la más importante de sus actividades fue la de compositor. Heredero de la escuela de Bernal Jiménez, rápidamente se orientó por nuevos cauces que incluyeron, la politonalidad, el dodecafonismo, la música aleatoria y la música electrónica. Su extenso catálogo, de cerca de 150 títulos, comprende prácticamente todos los géneros instrumentales, algunos esporádicos acercamientos a la música vocal, la música electroacústica, la música con sonidos puramente electrónicos y la multimedia. Cultivó el nacionalismo en su Suite para violín y piano y en su Sinfonía I. Abordó la politonalidad en su Sinfonía II y en la Obertura lírica. Transitó brevemente por el serialismo dodecafónico, aunque lejos de la ortodoxia que promovieron los discípulos tardíos de Shoenberg. A partir de Transición (1965) para orquesta y el Cuarteto II (1967), el Enríquez innovador, el de la música gráfica, el del aleatorismo controlado, el de las formas abiertas, el de las exploraciones en las nuevas posibilidades de los instrumentos, el de "la poética de lo concreto" como le llamó José Antonio Alcaraz, se constituyó en el compositor más importante de esa época.
Carlos Chávez daba nacimiento al nuevo Taller de Composición del Conservatorio Nacional de Música y una nueva hornada de discípulos del viejo maestro irrumpían en la escena musical mexicana. Eran los años en que, ya periclitado el nacionalismo, ya fallecido Moncayo e institucionalizado su Huapango, ya aceptados los serialismos en México (el dodecafónico y el integral), Chávez ahondaba en sus búsquedas de una música cuyo fundamento fuera no sólo la no repetición y el alejamiento decidido de cualquier referencia tonal, sino el anhelo de alcanzar la abstracción total; una suerte de "música concreta". Su pensamiento podía ser nuevo; su sintaxis y su gramática no. Fue el Enríquez del Cuarteto II (1967), de Enlaces (1967), de Trayectorias (1967), del Concierto para 8 (1968), de Móvil I (1968), de Si libet (1968), del Díptico I (1969), de Ixámatl (1969), del Móvil II (1969), del Concierto para piano y orquesta (1970), de Mixteria (1970), de Para Alicia (1970), del Díptico II (1971), de él y...ellos (1971, de La reunión de los saurios (1971), de Monólogo (1971), de Viols (1971), de á...2 (1972), de Ritual (1973), de 1 x 4 (1974), del Trío (1974), de Once upon a time (1975), de Conjuro (1976), de Tlachtli (1976), de Tzicuri (1976), el del Canto de los volcanes (1977), el de Corriente alterna (1977), Raíces (1977), Fases (1978) y Sonatina (1980), el que encontró la senda por la que transitaron casi todos los compositores mexicanos posteriores a 1960. Lo medular de los aportes de Enríquez están en esta etapa de su producción. En este conjunto de obras quedaron plasmados para México todos los rasgos de la modernidad de la posguerra; todos los hallazgos sonoros de la escritura posweberniana; la ruptura radical con las ideas preestablecidas de la cultura occidental: "mensaje", "comunicación", "belleza", "sonidos agradables al oído", para dar paso a una realidad sonora descarnada. Pero nunca fue la música más comunicativa, más subversiva, más directamente ligada al placer sensual de la audición que en los años en que Enríquez escribió todas estas obras.


La madurez de los años 80 se reflejó en un regreso a la escritura convencional, mezclada con su lenguaje aleatorio. De esa mixtura salieron logros tales como Hoy de ayer (1981); Interminado sueño (1981); En prosa (1982); Oboemia (1982); Cuarteto IV (1983); Poemario (1983); Políptico (1983); Manantial de soles (1984); Palíndroma (1984); Concierto para cello y orquesta (1985); Díptico III (1987); Cuarteto V "Xopan Cuicatl" (1988) Manantial de soles (1988); Recordando a Juan de Lienas (1988); Tlapizalli (1988); Maxienia (1989); Quasi libero (1989); Tercia (1990); Concierto para dos guitarras y orquesta (1992); De acuerdo (1993); Zenzontle (1994). Algunas de estas obras compartieron el espíritu de búsquedas neo-instrumentales de los años ochenta o nacieron como una respuesta al surgimiento de una valiosa generación de intérpretes especializados en la música nueva: el grupo Da Capo, la Orquesta de Percusiones de la UNAM, el Trío Neos, el dúo Limón-Márquez, el Cuarteto Latinoamericano, Marielena Arizpe, Luis Humberto Ramos, Lidia Tamayo, Wendy Holdaway, Marisa Canales.


Su actividad como compositor lo llevó a estar presente en los más notables festivales internacionales de música nueva: el de Donaueschingen, el Otoño de Varsovia, los Cursos de Darmstadt, el Festival Internacional de Música de la OEA de Washington, el Primavera de Praga, el de Música Electroacústica de Bourges, el Latinoamericano de Música Contemporánea de Maracaibo, el de la Sociedad Internacional de Música Contemporánea (SIMC), el III Festival Internacional de La Habana, el Primer Taller de Compositores de América en Buenos Aires, la serie Monday Evening Concerts de Los Angeles, el Festival de Música Electrónica en Varadero, Cuba, el de Berlín, el Encuentro México-Cubano de Música Electroacústica de La Habana, el Primer Encuentro Latinoamericano de Compositores, Musicólogos y Críticos de Caracas, el Festival de Estudios Chicanos de la Universidad de California de Los Angeles, el Casals de Puerto Rico, el de Música Contemporánea de la Universidad de Boulder, Colorado; la reunión de la Tribuna Musical de América Latina y el Caribe (TRIMALCA) celebrada en Río de Janeiro; el Festival de Música Contemporánea de La Habana; los conciertos de la serie New Music Concerts de Toronto, el Festival de Chautaqua, Boulder; el de Waterfield de Vermont, el Latinoamericano de Música de Montevideo; el de los ENSEMS de Valencia, el Festival Latinoamericano de Música de Caracas. En la República Mexicana participó en el Festival de Música Contemporánea de Guadalajara, el de Primavera de la OSN en Oaxaca, el Internacional Cervantino, el Festival "Días Mundiales de la Música" de la SIMC efectuado en México en 1993, fue Director del Festival Internacional de Música de Morelia y entre 1979 y 1994 dirigió el Foro Internacional de Música Nueva, el más renombrado y duradero encuentro de música contemporánea de México que actualmente lleva su nombre. Además, organizó en México el I Encuentro Latinoamericano de Compositores en el marco del Festival Internacional de Morelia y del II Gran Festival de la Ciudad de México, el ciclo En torno a los Sonidos electrónicos y el ciclo Oídos del siglo XX.


Desarrolló una actividad docente de amplio alcance que comenzó en 1964 cuando ingresó como profesor de la Escuela Nacional de Música, del Conservatorio Nacional de Música y de la Escuela Superior de Música, donde dictó las materias de violín, música de cámara y composición. En 1972 llegó a ser director del Conservatorio Nacional de Música e impulsó significativos cambios en ese centro de estudios y abrió las aulas a la visita de los más destacados compositores contemporáneos. También fue conferencista y maestro invitado de numerosas instituciones y centros de estudios. Fue profesor del Primer Seminario de Música Electrónica de la UNAM, director del Taller musical del Instituto Mexicano de Cultura de San Antonio, profesor invitado en la Escuela Superior de Música y Danza de Monterrey, profesor del Seminario de Composición en la Universidad de Bahía, organizador del Curso Nacional de Música de la Subsecretaría de Educación e Investigación Científica de la SEP, profesor de música contemporánea dentro del Festival de Primavera de la OSN en Oaxaca, profesor invitado a cursos en Montreal, dictó clases magistrales en el Carleton College de Northfield, Minnesota; maestro de composición en los cursos "Manuel de Falla" de Granada, profesor visitante de la Universidad de California en Los Angeles, profesor del Seminario sobre composición musical en el Center for Experimental Music en la Universidad de California en San Diego y jefe del Departamento de Composición de la Universidad de California en Los Angeles.


Como parte indesligable de su actividad de compositor, Enríquez se comprometió con la organización de actividades e instituciones que difundieron la música nueva o coadyuvaron a su conocimiento. Así, fue fundador del grupo Nueva Música de México, de la Sociedad Mexicana de Música Contemporánea, presidente de la Asociación Mexicana de Música Nueva, fundador del grupo interdisciplinario "El carro de Osiris", fundador de la Sociedad Latinoamericana de Música Nueva, presidente de la Editora de Música de Concierto, S.C., director del Primer Festival de Música de Morelia, coordinador del ciclo "México: una obra de arte" presentado en Nueva York, San Antonio y Los Angeles, coordinador de las actividades musicales del pabellón mexicano de la Feria del Libro de Frankfurt, director fundador del Foro Internacional de Música Nueva y miembro del Comité Directivo del Centro Internacional de Música Electroacústica. Integró las delegaciones mexicanas a los congresos de las Sociedades de Autores y Compositores realizados en Varsovia y París, donde planteó los problemas de difusión, edición y grabación de la música de autores contemporáneos.


Su participación activa y comprometida con el desarrollo de la música mexicana y de sus instituciones, y de su proyección a nivel internacional, lo llevó a ser integrante del Consejo Técnico de la OSN, miembro del Consejo Técnico del Ballet Clásico de México, Jefe del Departamento de Música del INBA, director del Centro Nacional de Investigación, Documentación e Información Musical (CENIDIM) "Carlos Chávez", integrante de la Comisión Pedagógico-musical del INBA, coordinador de la V Conferen-cia Interamericana de Educación Musical de la OEA, vocal del Consejo Interamericano de Música de la OEA, miembro del Consejo editor de Latin American Music Review, miembro del Comité Ejecutivo del Consejo Internacional de la Música (CIM-UNESCO), y del Comité directivo de la Sociedad de Autores y Compositores de México, Director de Música del INBA, integrante del Consejo Artístico de la Escuela de Perfeccionamiento "Vida y Movimiento", del Consejo Artístico del Conservatorio de las Rosas de Morelia, miembro de la Comisión Consultiva del Consejo Nacional para la Cultura y las Artes y asesor musical de la Presidencia del mismo.


En reconocimiento a su destacada labor creadora e intelectual fue invitado a ser miembro de número del Seminario de Cultura Mexicana, de la Academia de Artes de México y de la Academia de Artes, de la entonces República Democrática Alemana. Por lo mismo, en su larga carrera fue premiado en diversas oportunidades. Ganó la medalla "José Clemente Orozco" del Gobierno del Estado de Jalisco, el Premio de la Unión de Cronistas de Teatro y Música, el Premio "Elías Sourasky" que recibió de manos del Presidente Luis Echeverría, la Diosa de Plata de PECIME, la Lira de Oro del Sindicato Único de Trabajadores de la Música, la beca de la Fundación John Simon Guggenheim, la distinción de la OEA por la promoción de la música latinoamericana, el Premio Nacional de Arte que recibió de manos del presidente Miguel De la Madrid y fue designado creador emérito del Sistema Nacional de Creadores.


Estando en la plenitud de sus facultades, en una ejemplar madurez creadora, fue invitado a hacerse cargo del Departamento de Composición de la Universidad de California, en Los Ángeles. A la vez, se hallaba componiendo Zenzontle para flauta y orquesta de cuerdas y había bosquejado una ópera y un concierto para trombón. Además, el XVI Foro Internacional de Música Nueva ya estaba diseñado para realizarse. Todavía esperábamos mucho de él cuando la muerte lo alcanzó el 26 de abril de 1994. Aunque la frase suena manida, su ausencia dejó un vacío difícil de llenar. Su muerte cerró toda una etapa de la música en México, la del vanguardismo.


Fue un incansable promotor de los valores nacionales y, a su modo, guía de la juventud a cuyo desarrollo siempre estuvo atento, ya sea tocando partituras nuevas, ya sea programándolas en los conciertos de música contempo-ránea, ya sea haciendo encargos de obras. Desde los puestos públicos que ocupó, dirigió su atención al desarrollo de la música nacional, a crear oportunidades para los nuevos intérpretes y a despertar el interés por la creación contemporánea en agrupaciones, conjuntos, directores y solistas de larga trayectoria. Fue un eficiente administrador, con visión y capacidad organizadora, con sentido de la planeación, con perspicacia e inteligencia para darle forma y realidad a proyectos que en otras manos se hubieran quedado en buenos deseos. Y poseyó lo único que logra el reconocimiento de tirios y troyanos: una autoridad moral emanada de su sabiduría de músico y de su fuerza creadora, que es el único tipo de autoridad que realmente trasciende y se impone. Quizá fue el músico de hierro de la segunda mitad del siglo XX, aunque él no tuvo un Revueltas que lo llamara así.


Cuando se haga una evaluación justa y ecuánime, serena y desapasionada, de lo que fue la música mexicana del siglo XX, el nombre de Manuel Enríquez quedará incólume, inamovible, intacto, indemne, y su legado será reconocido en toda su dimensión, como la obra del gran músico que hubo en él.

Aurelio Tello

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